La ventana de la nueva dimensión
A la rápida –y tal vez sin sentido– época en la que veníamos encarrilados le llegó por sorpresa un aliado pequeño y poderoso que logró sacar el tren de nuestra civilización de sus rieles para dirigirlo a una nueva realidad, muy poco visible en este momento.
La desequilibrada e insostenible noción de desarrollo arrastra con la pobreza, desigualdad, mala calidad de vida concentrada en las ciudades y la devastación del planeta entero, para favorecer a una minoría privilegiada que se muestra más cultivada y, por ello, concentra el poder decisión sobre otros espíritus.
Una gran pregunta surge ahora. Se necesitan nuevas voces (tal vez colectivas), capaces de mostrar posibles caminos que nos alejen de la inevitable muerte lenta sentenciada para nuestra idea de civilización.
La ciudad, uno de los proyectos más antiguos e importantes de la humanidad, ocupó siempre un lugar predilecto para el desarrollo humano. Se trata de una idea que, seguramente, tendrá que revaluarse.
Una peligrosa apuesta ha sido la noción de desarrollo humano; una idea de realidad que fue acentuada con aceleración, gracias a las primeras revoluciones industriales, y que ahora se acelera por la velocidad y cantidad de información generada en la hiperconectividad que vivimos.
La equivocación del Antropoceno posiblemente tiene sus raíces en el entendimiento de su naturaleza como una diferente a la del resto de las especies. Peor aún, asume una postura superior que solo ha demostrado ser un motor de desequilibrio para los milenarios ritmos de los ecosistemas, mientras que los egos y las certezas siguen aislando posiciones y envolviendo construcciones de lo real, que tienen la duración dada por la validación de diferentes grupos a los cuales se debe rendir pleitesía para pertenecer a ellos.
En las academias muchas veces importan más las publicaciones que las acciones concretas. En el sector “productivo” las utilidades económicas dictan los únicos destinos y omiten las consistencias sociales o ambientales que deben sacrificarse en el camino. El sector público, con su pérdida de credibilidad, sigue teniendo pequeñas luces aisladas que parecieran querer armar un cosmos que represente nuevamente confianza y organice el inevitable caos que ha generado este proceso de sacudida social para volver a recordar nuestra frágil condición dentro de los procesos evolutivos del planeta.
Muchos no queremos poner atención al presente y nos quedamos anclados a nostalgias del pasado o expectantes frente a futuros mejores que aún no han aparecido. Izquierdas y derechas igual de sesgadas, se agrupan con religiones y poderes que protegen diferentes intereses envejecidos. Estamos nuevamente en los siglos de las pandemias, siglos que pensábamos eran parte del pasado. Las promesas de felicidad y modernidad ahora están desvanecidas. Algunas advertencias hechas por la ciencia y por ciertos sectores de los medios de comunicación, internacionales en su mayoría, venían anunciando el peligro que se aproximaba para el insostenible sistema.
Ahora que estamos alejados unos de otros, podemos observar por las ventanas la manera en que nuestra falta de acción permite la reaparición de los órdenes naturales. Tras una ventana, uno de los más simbólicos elementos de la arquitectura, miramos un exterior que siempre fue refugio de nuestro propio hogar. Esta civilización se ha dedicado a construir todo un universo paralelo al de la naturaleza para generar un discurso en el que todos debemos estar ocupados.
Ahora más que nunca hay miedo al vacío. Nuestras raíces antiguas armaron este teatro pensando en que lograrían asegurar una noción de orden que dentro de los códigos planetarios resulta joven y débil.
Nunca hay tiempo ni espacio para el espíritu. Hemos construido una falsa noción de lugar que se llenó de personas, intercambio de información y recursos pero que genera basura virtual y física que terminará ahogando el conocimiento propio, el de las familias y las sociedades.
La vida misma se confunde y se funde tras este rimo cubierto por la rutina, tras un velo que tiende oscuridad e impide habitar y ver. Tener hábitos puede ser un camino para revelar (quitar velos) y empezar una re-evolución desde adentro. La ventana pareciera abrirse para encontrar nuevas ideas de belleza; de golpe, más reales y alcanzables, no tan excluyentes como las producidas por estéticas débiles devoradas por modas pasajeras.
Pareciera ser un anhelo colectivo la necesidad de una nueva idea de belleza, una idea más ética y orientada a la búsqueda del equilibrio, con toda la complejidad que ese reto plantea.
Des-ocuparse para ocupar mejor el espacio-tiempo es una consciencia a la cual fuimos obligados gracias a la llegada de un virus que se desarrolla en el interior del sistema respiratorio y afecta la manera como introducimos el universo en nuestros cuerpos para vivir de él. Este vacío llevado al entendimiento de lo urbano ha logrado mostrar los nevados antes velados por la contaminación resultante de nuestra velocidad.
Esta nueva consciencia del vacío interior del cuerpo busca llenarse del aire exterior que se observa detrás del encierro. Nuevamente, resguardados detrás de límites trazados por la idea de lo humano, en una ajena condición de lo que significa la vivienda, tratamos de encontrarnos en ritos tal y como sucedía con la hoguera primitiva, de la cual tal vez deriva su esencia la idea de hogar.
Hemos llegado entonces a un punto de inflexión en el cual nuestra civilización debe re-conocer que hay que volver a las fuerzas originales para tomar distancia del camino emprendido y reconocer el sentido de esto que hemos llamado evolución.
Pareciera fundamental volver a leer en nuestras ciudades y campos y revisar la manera en que hemos decidido escribirnos sobre este planeta. Posiblemente debamos buscar re-ligar los órdenes del cielo y el suelo, en una noción de paisaje que cobije la vida en todas sus dimensiones para volver a cuidar y ser cuidados mediante la construcción colectiva, en conceptos más amplios que los del simple negocio inmobiliario, agrícola o ganadero.
De esta condición de pausa podría salir un nuevo ritmo. Uno producido por ideales menos definidos y más diversos. De este silencio que permitió volver a escuchar los pájaros en las ciudades podría salir una armonía nueva que genere un relato mejor de lo que la condición humana puede lograr como uno más de los habitantes de este planeta.
Se vislumbran posibles espíritus nuevos: borrosas intuiciones de una dimensión que priorice relaciones de cercanía y de encuentro con uno mismo, con los demás y con el entorno, así como una lectura más sistémica y orientada a la unidad. Antes que la productividad de las horas, las personas y las empresas, pareciera ser importante lograr una claridad del punto al que queremos llegar en acuerdos colectivos y consensuados. Tal vez nuevas formas de liderazgo y, ojalá, de poder para orientar las acciones.
Un nuevo entendimiento de la noción de empresa debería surgir para acercar los humanos, la naturaleza, las memorias y los anhelos, en una amorosa capacidad creativa que sirva de puerta para la salida de los hogares individuales al hogar colectivo que en origen fue la idea de ciudad.
Una producción intelectual, física, espiritual y luego sí económica debería configurar ese tiempo que se avecina.
Con el encierro muchas ventanas parecen abrirse.
Las nuevas consciencias podrían capitalizarse en la construcción de nuevas consistencias de la civilización. No es la información de internet o la alta densidad de las ciudades las que salvará el mundo de las pandemias, la pobreza o el cambio climático. Es la cercanía con una luz espiritual que permita integrar y unificar la despedazada noción de realidad que hemos construido. La visión que hemos venido privilegiando impide ver el conjunto y se queda con fragmentadas secciones de sus partes que luego deben interpretarse como sea para tomar decisiones y actuar en una construcción de lo real que pareciera quedarse corta.
Una visión dada por la búsqueda de privilegios egocéntricos impide entender la abundante riqueza que reside en lo que sería un avance completo del sistema social de la mano de los ecosistemas mediante sinergias colaborativas. Hay comunidades que nos llevan años, siglos de ventaja en el habitar con cuidado. Integradas de manera cuidadosa en sus ecosistemas, habitan algunas culturas mejor que otras.
La pregunta por el origen no es una mirada al pasado. Es tal vez una invitación a preguntarse por el sentido de lo que consideramos real.
Pareciera ser mejor que avance el conjunto a un ritmo lento que un rápido desarrollo de unos pocos. Ese nuevo entendimiento de todos como uno nos podría llevar a soportar mejor las crisis sanitarias, ecológicas, sociales y económicas ya que todas estas son superficiales evidencias de la mayor y de la más profunda de las crisis: la crisis espiritual de no leer lo cercanos que somos todos.
Dejar de ver las diferencias y empezar a enlazar visiones y esfuerzos podría ser el único camino real de transformación. Un paso al lado del egocentrismo y sobrevalorado poder del intelecto individual podría servir de base para una conversación más humana que lleve a tejer caminos de un nuevo relato: el de una dimensión en la que las partes operen alineadas con el todo porque buscan encuentros en lugar de divergencias. Fuerzas multidisciplinares y biodiversas estableciendo diálogos creativos, alejados de un interés diferente al de servir de puente para el avance.
Esta podría ser una invitación para quienes lideran el territorio: abrir espacios de discusión en diferentes instancias con una mezclada composición que indague por las ocultas oportunidades adormecidas en lugares inimaginables.
No se puede concluir mucho en estos días. Sería imposible intentarlo. Pero también es importante ofrecer alternativas.
Los RE y los CO.
El mismo nivel de consciencia que genera el problema difícilmente podrá generar la salida del mismo. Pareciera ser urgente utilizar la ayuda de la tecnología para establecer talleres de co-creación co-responsable que permita re-unir, re-conocer y re-presentar la realidad. Esta estrategia funcionó en la elaboración del Plan de Manejo del Centro histórico de Bogotá: encuentros multi-actor integrados por academia, sector público, sector privado y diferentes grupos sociales, orientados encontrar una salida multinivel de diferentes tipos de crisis con mecanismos de aplicación en diferentes escalas y tiempos, para ofrecer visiones alineadas para tejer. Las necesidades de los barrios y las diferentes zonas del territorio son una alternativa de innovación más poderosa de lo que se cree.
Al menos, podría intentarse un prototipo rápido de este ejercicio. Una prueba rápida que intente reconocer la diversidad territorial para no quedar nuevamente atrapados en la aplatanada visión de un único punto de vista.
¿ Qué opinan?