En la época de la información, el centro histórico de Bogotá se presenta como una oportunidad para tejer la identidad de la nación desde el paisaje, abarcando el patrimonio que lo caracteriza de una manera integral, en el cual se borran los límites entre lo natural y lo cultural, lo material e inmaterial, lo mueble e inmueble y se reconoce la dinámica de su vivencia como aspecto fundamental para la construcción de una colectividad que evoluciona con significado desde su origen.
Recoger la historia y sus valores no es un trabajo que apunta a mirar hacia el pasado; es ante todo un esfuerzo por reconocer el sentido de la sociedad desde su origen y la manera como éste se materializa en el hecho urbano. Esta mirada supone una forma holística de reconocimiento del patrimonio, trascendiendo el criterio académico y reconociendo los más de 2.400 actores que asistieron a los encuentros y las 40.000 interacciones en redes, como parte esencial en la construcción de una propuesta que recoge 502 aportes ciudadanos dentro de la formulación del instrumento.
El Estudio Histórico y Valoración de la Universidad Nacional de Colombia (2017) ha sido la base para la consolidación de una lectura completa del territorio. Los cerros son el lugar donde nacen el sol y el agua de Bogotá y antes de la colonia eran un espacio sagrado fundamental para la cosmogonía de los primeros pobladores. Así, desde el reconocimiento de la Geografía como punto de partida, se evidencia el principal sustento bogotano y telón de fondo de los rituales y perfiles urbanos, para los cuales se enfatiza la condición de mirador natural de la sabana que es, a su vez, visto por ella. Con la llegada de la colonia aparece el Trazado, entendido como una permanencia que ha sido modificada por vías que conectan las grandes distancias urbanas, pero rompen la homogeneidad contenida de forma inicial e impiden encuentros cercanos entre ecosistemas, barrios y habitantes. En articulación al trazado, el Espacio Público se comprende como una red que decanta y acumula las huellas que activan la memoria y es propiciador y contenedor de nuevas actividades, lugar de equidad, competitividad y sostenibilidad. Los Elementos Primarios, que han constituido la vanguardia y materializan las necesidades de cada época, organizan un paisaje vital en el que se genera un Tejido Social, que enlaza dinámicas entre residentes, usuarios y visitantes quienes interactuando de manera sistémica, conforman experiencias colectivas que deben mitigarse, en el caso de las divergencias entre intereses, o motivarse, en las situaciones de convergencias que son en sí mismas, oportunidad para la construcción de sinergias.
En este sentido, el Centro contiene el mayor vestigio histórico de la ciudad, es heterogéneo en su estética y recoge las mayores apuestas técnicas y tecnológicas de la formación del país; además, es un lugar simbólico para el desarrollo de la democracia nacional y distrital. Su carácter es el de un ámbito de patrimonio natural y cultural, de conocimiento y de residentes, pero ante todo, debe su importancia a la condición de centralidad de ciudad y país.
¿Qué heredamos? Es la pregunta que como sociedad debemos hacernos para recibir de manera responsable lo que nos ha sido entregado por generaciones anteriores y sobre todo, para plantearnos lo que queremos dejar a las generaciones futuras como legado para ser sostenibles y competitivos en el marco de un entorno global en el que el valor de lo local debe fortalecerse. Esta mirada lleva a una ruptura de barreras mentales y físicas que permiten transformar la mirada frente al patrimonio, que reemplaza la noción de antiguo por una pregunta que cuestiona el valor que asignamos como sociedad a lo que recibimos y entregamos.
En el tránsito hacia la anhelada paz del país, este instrumento se presenta como una oportunidad para tejer y equilibrar la ciudad y la sociedad desde el patrimonio, entendiéndolo como una energía viva que puede hacer de esta centralidad uno de los espacios públicos más importantes del país; así como ha sucedido en otras capitales latinoamericanas. Es posible cohesionar la identidad nacional desde el paisaje urbano histórico, visto como lugar de resiliencia, encuentros y convivencia.
El centro histórico debe ser un espacio para celebrar y cuidar la vida, que es en sí el mayor patrimonio; debe ser un espacio para reconocer de dónde venimos, aprender a gestionar los recursos y avanzar hacia la co-creación de nuestro mayor potencial como sociedad mediante una cultura de corresponsabilidad, que fortalezca la capacidad de habitar en armonía con el territorio; un lugar de oportunidad para una mega ciudad como Bogotá que expandida en exceso, debe volver a recogerse y con-centrase para ser sostenible.
El Plan Especial de Manejo y Protección del Centro Histórico de Bogotá (PEMP-CHB):
- Reconoce la importancia del habitante tradicional, fortalece y aprovecha su presencia y participación incidente.
- Establece canales de conocimiento y espacios de interacción que robustecen las experiencias colectivas, significándolas para enriquecer la forma en que se relacionan los bogotanos y colombianos con su paisaje.
- Evoluciona en el tiempo de manera inteligente, aprovechando los recursos materiales e inmateriales del territorio y se convierte en un ejemplo nacional de gobernanza y un piloto de ciudad inteligente, por lo que es un laboratorio urbano de la mejor ciudad posible para los colombianos.
El sentido profundo del PEMP radica en hacer del patrimonio un medio para reunir fuerzas, alineadas mediante una hoja de ruta que logra, desde la colectividad del territorio, consolidar un centro de atracción, más amable y habitable. Ante la polarizada y fragmentada condición de las ciudades, que históricamente ha conducido a la desigualdad, inseguridad, violencia y parálisis, el patrimonio se presenta como un puente para acercar y tejer los ecosistemas, la memoria, la productividad, los actores, los anhelos y, en general, los sistemas de ciudad mediante sinergias colaborativas. No se trata de un bucle que se cierra, por el contrario, es una puerta que invita a seguir creando bajo la sombrilla de una visión de largo aliento, por medio de un plan que es abierto y dinámico, como la realidad que lo genera.
La reflexión en torno al patrimonio en esta época deja de ser estética para ser experimental y en este sentido, ética, a fin de sembrar el optimismo, esperanza y debates necesarios para encontrar caminos consensuados.
Se necesita confianza y un pensamiento abierto e integral para superar la inercia y alcanzar la inspiración y noción de cuidado requeridas para lograr la anhelada sostenibilidad del Centro Histórico y su contenedor, Bogotá y la geografía del sistema cerro-río que enlaza la capital con el país.