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En la época de la información y la permanente conectividad digital, como gran paradoja se hace evidente la discontinuidad, cada vez mayor, en el tiempo y el espacio territorial; nunca antes había existido la posibilidad del conocimiento inmediato sobre los sucesos globales y así mismo, las redes sociales nos permiten conocer gente y lugares que antes eran inimaginables. No obstante, es bajo esta misma contemporaneidad que los pájaros y ríos ya no pueden bajar de las montañas orientales y llegar al río Bogotá por la superficie del suelo urbano, víctimas de una disgregación forzosa; igualmente ocurre con los ciudadanos, que ven cómo las grandes vías que conectan la ciudad, absurdamente terminan seccionándola en pequeños fragmentos aislados entre sí, carentes de vínculos directos y conexiones que permiten el paso de un lugar a otro.  

El espacio bogotano es de retazos discontinuos y el metro y su infraestructura tienen la posibilidad, tanto de acentuar una realidad negativa, como de generar un cambio que se traduzca a una radical mejoría. 

Es esta ciudad recortada, convertida en un tiempo arrítmico, la que hace de la vida del bogotano una experiencia inconexa compuesta por una serie de momentos en los que se duerme, se trabaja, estudia o incluso se descansa en instancias lejanas que hacen del movimiento un tema obligatorio, largo, pero además desagradable y tortuoso. 

El discontinuo ritmo de nuestra sociedad, tiene tiempos largos y cortos. En el ciclo largo (los años), la memoria colectiva ya no registra los cerros ni los ríos como sustento fundamental; hemos olvidado el paisaje autóctono y ya no lo tocamos, incluso ahora, ni lo vemos, porque ha sido borrado por las construcciones y la infraestructura que de él se sirve. 

En el ciclo corto (los días), la arritmia es padecida gracias al papel preponderante del carro, máquina protagonista del espacio público, encargada de congestionar y contaminar la vida; los centros productivos o educativos se desbordan en las horas pico, pero son ámbitos terroríficos y desolados durante las noches, épocas vacacionales y fines de semana. 

El tiempo, el más valioso recurso no renovable, no es controlado a consciencia por el habitante y mucho menos por la sociedad en su conjunto; no hemos construido un proyecto de vida urbana responsable y, por ende, estamos coaccionados a vivir bajo el ritmo impuesto de la creciente mancha urbana construida que invade la geografía y sustrae las horas de momentos que podrían ser de felicidad.

La infraestructura de nuestra época, es entonces entendida para efectos del curso de Análisis, como una oportunidad para re-unir las partes que han sido separadas por el devenir urbano. Se asume como una forma física que debe restablecer los continuos ciclos naturales para que los ecosistemas y los humanos se muevan más fluidamente en el espacio-tiempo de la ciudad.  

El reto está en lograr que un metro elevado no se convierta en una nueva cicatriz de la ciudad, sino por el contrario, permita que cada estación sea una oportunidad de renovación para abrir espacios nuevos con parques que generen centralidades de usos mixtos capaces de suplir las carencias de cada barrio por el cual pasa la línea del metro. 

No se parte sólo del tema técnico del movimiento intermodal, que obligatoriamente debe estar asociado al sistema metro, también se debe pensar en cada punto en el que aterriza la línea sobre la ciudad, como un proyecto integral de cada estación con su entorno. Es decir, que la gran escala de la infraestructura del metro nace de la pequeña escala, que da lineamientos para formular el proyecto arquitectónico del sistema. 

Con esta acupuntura urbana generada por el sistema metro, nacen muchas  oportunidades para re-conectar las relaciones bióticas del paisaje, generar nuevos comercios y oportunidades en cada sitio, pero sobretodo, surgen formas de integración natural y social mediante espacios verdes, públicos y comunales, interconectados, que buscan organizar los movimientos de las personas que viajan en el sistema Metro, así como generar ámbitos de encuentro para los habitantes de los barrios que serán atravesados por esta apuesta de la ciudad.

La ciudad genera arquitectura; la arquitectura genera ciudad. El proyecto planteado debe ser capaz de armar una idea de ésta en la que las estrategias de intervención se conviertan en operaciones estratégicas que permitan crear continuidad espacio-temporal entre los ecosistemas y las personas.