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Tejer serenidad y territorio por medio de un jardín que crece en el tiempo. Tercer puesto en concurso público.

Museo de la Memoria

Un rito para el jardín de la esperanza.

Peregrinación para reconocer en el viaje.

«Entonces volvió la alegría cuando comenzó a nacer ese arbusto».

«Todos debemos regar este jardín…»

-Víctimas

(Documental «No hubo tiempo para la tristeza»).

El proyecto busca visualizar y experimentar el conflicto y la memoria a través de un recorrido pedagógico que busca reparar y esclarecer. Es un jardín hecho por y para las víctimas. Es un silencio, una pausa para tomar conciencia sobre nuestro pasado y nuestro futuro.

La invitación es reconocer el viaje.

La experiencia supone, ante todo, un cuestionamiento, en el que debemos tomar conciencia de lo que ha ocurrido en Colombia y debería llevarnos a preguntarnos: ¿Por qué sucedió? ¿Por qué lo permitimos? ¿Y cómo debemos garantizar que no se repita? En ese deambular, debemos dejar que las voces silenciadas por el conflicto armado hablen en una experiencia de silencio, respeto y dignidad orientada a sacralizar la vida en sus diferentes formas. En ese sentido, dos condiciones básicas son las que deben lograrse a través del proyecto: visualizar el conflicto y hacer visible la memoria. A partir de la interacción y la necesidad de conciliar estas dos condiciones del proyecto, surge un viaje ritual a través del cual se responden las tres funciones del Museo.

Función reparadora: reconocer y dignificar a las víctimas en un jardín inaugurado por las comunidades afectadas y re inaugurado por cada visitante.

Función aclaratoria: a través de espacios públicos y abiertos independientes e interconectados que permiten la libre expresión, la diversidad y la reflexión.

La función pedagógica se da a través de un recorrido que permite una variedad de experiencias, mientras se reúnen todos los aspectos del programa. Desde el suelo hasta la terraza, el proyecto invita a las personas a moverse a través de las áreas de trabajo para mostrar diferentes vistas de la realidad y promover encuentros entre comunidades, en espacios abiertos llenos de naturaleza que terminan en una terraza que ve el territorio y en la cual se entrega la semilla que debe crecer en el jardín ofrecida a la ciudad.

El museo es una narrativa que cada visitante celebra y comienza con las víctimas. Como forma de comunión, el museo debe lograr una comunicación constante. Por esa razón, la técnica debe hablar entonces en un lenguaje común y consciente de pluralidad. Estas «imágenes primordiales» (siguiendo a Gaston Bachelard) están todas en el jardín. El jardín mismo es una memoria, un anhelo humano, es el Edén, el paraíso mítico.

«Una experiencia arquitectónica poderosa silencia todo ruido externo; enfoca nuestra atención en nuestra propia experiencia y, al igual que el arte, nos hace conscientes de nuestra soledad esencial».

J. Pallasmaa.

Los Ojos de La Piel

El sitio se convierte en un rito. Se propone en este jardín generar un espacio que permita una apertura perenne de la vida a través de una peregrinación cíclica que recoge el pasado para representarlo en una idea de futuro que celebra y cuida la vida. Este ritual se crea con la fundación del lugar (antes de lote) en una ceremonia donde las víctimas cultivan las semillas para un jardín que nace y continuará desarrollándose para los visitantes; ellos serán responsables de cultivarlo y cuidarlo para desbordar el lote y conquistar los caminos que lo rodean, convirtiéndolos en corredores verdes capaces de conectar el territorio a través de espacios emblemáticos que recopilan la memoria, siguiendo el mismo recorrido del agua que va de las colinas al mar.

El rito se convierte en el sitio. En un país con una condición social, geográfica e histórica tan fragmentada como la nuestra, se propone una forma de continuidad dada por el vacío que debe llenarse en el tiempo con la vida de dos rituales que conforman la misma peregrinación de crecimiento en ritmos diferentes. Los tiempos cortos experimentados por el cuerpo